Los vampiros de Spotify están matando a la música: Una mirada a la industria musical moderna
Dos años después de dar la voz de alarma sobre el declive de la música nueva, la industria musical continúa evolucionando, aunque no siempre de forma que beneficie a los artistas que la crean. El auge del streaming, antes anunciado como el salvador de la accesibilidad musical, se ha convertido en un arma de doble filo. En ninguna parte es esto más evidente que en plataformas como Spotify, donde las cifras pueden parecer impresionantes, pero la realidad tras ellas cuenta una historia diferente.
Bruno Mars, con más de 130 millones de oyentes mensuales, es un ejemplo brillante del inmenso alcance que puede tener un artista en la era del streaming. Su reciente colaboración con Rosé de Blackpink, que ha acumulado la asombrosa cifra de 1500 millones de reproducciones, demuestra el poder global de la distribución digital de música. A primera vista, es un triunfo del arte y la audiencia, pero hay un trasfondo más oscuro.
Si bien el streaming ha hecho que la música sea más accesible que nunca, también la ha vuelto más desechable. Los artistas compiten en un entorno donde la cantidad a menudo prima sobre la calidad, y el éxito se mide por algoritmos en lugar del arte. Para muchos músicos, los beneficios económicos del streaming son minúsculos, a pesar de su enorme audiencia. Los pagos de las plataformas son tan bajos que incluso los artistas más populares tienen dificultades para obtener una compensación justa por su trabajo.
Lo que es aún más preocupante es la dificultad de cambiar esta estructura. Los artistas y sellos de primer nivel, que más se benefician de los modelos actuales de streaming, tienen pocos incentivos para abogar por el cambio. Mientras tanto, los artistas emergentes e independientes se ven obligados a navegar en una industria que cada vez exige más por menos.
Pero a pesar de este panorama desolador, aún hay esperanza. La innovación en la creación musical continúa. Se siguen formando comunidades de fans apasionados en torno a obras significativas. Y algunos artistas están empezando a alzar la voz, impulsando contratos más justos y plataformas alternativas que prioricen a los creadores sobre los clics.
La industria musical moderna se encuentra en una encrucijada. Si las prácticas vampíricas de los gigantes del streaming continúan sin control, el alma creativa de la industria —sus artistas— podría sufrir daños irreparables. Pero con una creciente conciencia y un impulso colectivo hacia la reforma, existe la posibilidad de recuperar el alma de la música de las garras de los algoritmos.
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